Qué hacer con los negros

El problema es llamarlo “devolución en caliente”. Así dicho, suena a calentón. A te echo por negro. Por pobre. Por piojoso. Es una cuestión nominal, nada más. Una elección sintáctica sin duda desafortunada. Menos mal que el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo lo ha entendido perfectamente. No lo tenían fácil. Debían elegir entre nuestros derechos humanos o los de los negros. Se han inclinado, como es lógico, por el país que paga en euros. Solo faltaría.

Pero no hay que relajarse. Nada garantiza que las tornas no giren el día de mañana. Ya se sabe que la historia de la humanidad es pendular, hoy eres rico y mañana negro. Que nos lo digan a los españoles, que tanto tuvimos y míranos ahora, ni una mísera colonia, ni un triste maravedí. Con lo bien que hicimos la Transición, te pones ahora Misión Imposible 2 y ahí tienes la Semana Santa en mitad de las Fallas, o las Fallas en mitad de la Semana Santa, con todos los valenciano-andaluces de color marrón méxicano.

Qué se le va hacer. Hay que superar el trauma postimperial y tirar para adelante. Lo cual no quiere decir, ojo, que tengamos que aceptar ser tratados como negros. Por ahí no. Y eso que lo intentan. Mira a Antonio Banderas, que blanco blanco igual no es, pero lo pones al lado de Will Smith y la diferencia salta a la vista. Cuestión de comparación, claro, depende de lo que tengas al lado, pura teoría del color. Pero negros los españoles no somos.

Es el nombre, como digo. Lo de “en caliente”, que se malinterpreta. Habría que buscar otra expresión. Consultar a la RAE o a la Fundéu o mandar a Pérez-Reverte a la valla de Melilla para que haga trabajo de campo, como el que hacía para el Telediario, con dinero público, por cierto. Con su casco y su cara de “la bala que te mata no la oyes”. Seguro que a él, que derrama gracejo léxico, se le ocurre una manera de llamar a “eso”. Porque el “eso” está claro: coges un negro y, sin que toque el suelo, lo mandas por donde ha venido. Lo que en baloncesto de toda la vida se ha llamado tapón. Podríamos llamarlo hacer un Rudy o hacer un Marc o hacer un Ricky. Eso no solo aliviaría la carga dramática del hecho, sino que uniría a todos los españoles en un hermoso tributo a los ídolos de nuestros hijos.

No sería raro ver a los niños jugar en los patios a hacer Rudys o hacer Marcs o hacer Rickys, lanzando a su amiguito negro (caso de tratarse de un colegio público) de un lado a otro, como un saco de patatas pochas. ¿Cómo iba a atreverse el tribunal de Estrasburgo a censurar algo tan asentado en nuestra idiosincrasia que hasta los pequeños lo homenajean en el recreo?

Otra opción menos épica pero de más fácil incorporación al diccionario sería el término “retroemigración”. Como es sabido, el prefijo “retro” hace referencia, entre otros posibles significados, a la inversión de un proceso. De esta manera, se dejaría claro que el acto migratorio no se da por concluido mientras el negro se mantenga en volandas, sin que toque suelo español en ningún momento. No podría hablarse de devolución dado que, desde este punto de vista, el negro nunca llegó. Se la captó en pleno vuelo, igual que los sapos cazan himenópteros. Y, si lo hace los batracios, ¿cómo no lo vamos a hacer los españoles?


Imagen: «Strangers». Edel Rodriguez. 2018.