La epidemia mediática del coronavirus ha devuelto a la actualidad el ecosistema de bulos en que vivimos inmersos. Noticias falsas, vídeos manipulados o descontextualizados, fotomontajes, deepfakes… Si los grupos de WhatsApp ya son de por sí insufribles, la presencia de uno o varios conspiranoicos pueden convertirlos en una auténtica pesadilla.
Nadie está a salvo de ser víctima de un bulo, creyéndolo y propagándolo. Sin embargo, hay una serie de herramientas propias del pensamiento escéptico que todo ciudadano puede y debe implementar.
Del mismo modo que existe un principio de autoridad por el cual el difunto Stephen Hawking estaba más legitimado para hablar de agujeros negros que el mejor arquitecto del mundo (salvo, quizá, Calatrava), deberíamos también concebir el fenómeno opuesto. El principio de ignorancia. Un Pritzker no habilita para pontificar sobre la velocidad de propagación de un virus ARN monocatenario. Tampoco un Goya, un Premio Planeta o una FP de Grado Medio por mucha salida laboral que tenga.
Que la información revelada en un WhatsApp no aparezca en absolutamente ningún periódico, televisión o radio del planeta Tierra también debería ser motivo de desconfianza. Especialmente si dicha información resulta escandalosa, como seis mil chinos cayéndose al suelo al mismo tiempo en un paso de cebra o un tipo con una sudadera de la NASA diciendo que la Tierra tiene forma de DINA-3 con una esquina doblada.
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