Todo empezó cuando el alcalde de Madrid rodeó el belén municipal con una gran bandera española a modo de perímetro de seguridad para católicos secesionistas. Ciertos gobiernos autonómicos lo vieron como una provocación. ¿Desde cuándo era español el belén?
El primero en reaccionar fue el gobierno catalán, que inmediatamente cercó sus belenes con esteladas y plantó una barretina en la sagrada testa de Nuestro Señor Jesucristo. “Como Melchor, Gaspar y el otro”, declaró el presidente catalán durante la inauguración de la cristiana instalación, “también los catalanes debemos seguir la estela”. La metáfora fue considerada tan ingeniosa que el president obtuvo el Premi d’Honor de les Lletres Catalanes, que él mismo se entregó en acto solemne.
Los vascos, viendo que se quedaban atrás en la carrera identitaria que durante tantos años habían encabezado, no tardaron en introducir ikurriñas en sus belenes, pero les seguían pareciendo flojos de vasquitud y optaron por sustituir los pastorcillos por aizkolaris. Cuando Valencia anunció que, pasado reyes, prendería fuego al belén por coherencia con sus tradiciones crematorias, al Vaticano no le quedó más remedio que pronunciarse. Aunque durante décadas habían hecho la vista gorda con asuntos como los caganers o los papanoeles infiltrados, la Santa Sede consideró que había llegado el momento da dar un golpe en la mesa (que, por potra parte, apenas sonó por estar el mueble forjado en oro macizo).
El Arzobispo Responsable de Festejos y Tradiciones recordó que el belén debía mantenerse al margen de cualquier tipo de localismo y exigió ajustarse a un estándar normativo por el cual: burro, vaca, Virgen rubia o morena, José carpintero despistado e incómodo, niño Jesús blanco y en pesebre.
No había cerrado la boca el arzobispo cuando rugió el Islam. Que cómo era posible que Jesús fuese caucásico siendo natural de Palestina. ¡Aquella era una apropiación cultural intolerable! Un grupo de muyahidines desocupados declaró la yihad a los belenes occidentalizados, lo que obligó a poner tornos y detectores de bombas en todas exposiciones belenísticas de Europa. En París se coló un tipo con un cuchillo, pero, por fortuna, solo consiguió cortarle la cabeza a una oveja que, además, no estaba a escala.
Bruselas convocó una reunión de urgencia en plena nochebuena y prometió firmeza en la defensa de todas sus maquetas, fuesen estas religiosas o laicas (lo cual se consideró un triunfo del lobby del modelismo ferroviario). La Unión Europea, anunció el presidente del Consejo, no toleraría que tan bella tradición fuese amenazada ni por el islamismo radical ni por los nacionalismos centrífugos. Exigió que todo los angelitos portasen la banderea europea y advirtió a los países mediterráneos que los ríos de papel albal era una cutrez impropia del continente.
El 30 de diciembre, el Tribunal Constitucional, reunido de urgencia, decretó que los portales de Belén eran edificios institucionales, por lo que debían exhibir todas las banderas y no solo la europea. Esto forzó a colocar numerosos angelitos (el europeo, el español, el de la comunidad autónoma, el de provincia y el de la ciudad o pueblo). El techo de algunos portales amenazó con ceder bajo tanto peso, lo que obligó a apuntalarlos y, en algunas comunidades la santa familia hubo de ser realojada en portales de protección oficial.
La Navidad terminó, como era costumbre, el 6 de enero. El 7 los equipos municipales de limpieza y desescombro retiraron los belenes, metieron las figuras en cajas y doblaron las banderas. Ni una sola vez durante toda la crisis se pronunció Dios, ni Jesús, ni la Virgen María. A saber dónde estarían.