Santiago Abascal no ve incoherencia en cobrar las mismas subvenciones contra las que lleva despotricando desde que se remangó para poner España en orden. Rechazarlas, dice, sería un error estratégico, ya que con ese subsidio puede luchar contra los subsidios. La estrategia, de una complejidad casi napoleónica, no presenta una sola fisura.
No es fácil entender a Vox. Se trata de una formación nacida del trauma, lo que, desde un punto de vista freudiano, la convierte en un partido-neurosis. Con todo, hay quien intenta analizarlos desde la teoría política. Esta misma semana, dos periódicos de tendencia conservadora se preguntaban lo mismo de dos maneras diferentes. «¿Cuánto hay en Vox de fascismo?», decía uno. «¿Es Vox fascista?», inquiría otro justo encima del subtítulo: «A los expertos les preocupa más la actitud de los independentistas». Un subtítulo, por otra parte, que bien podría ser sustituido por «A los expertos les preocupa más el cambio climático» o «A los expertos les preocupa más la salud de sus hijos».
Difícilmente puede una obra artística ser comprendida y disfrutada si no se conoce al autor y su contexto. De ahí que Vox, como artefacto posmoderno, resulte indescifrable si no se analiza al detalle la figura del macho dominante.
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