La ludopatía del presidente

Cuando a uno le llaman guapo todos los días es difícil no acabar creyéndoselo. Y, en cuanto uno se cree guapo, ya es capaz de creerse cualquier cosa.

Sánchez, sea por influencia externa o por enajenación propia, ha asumido el riesgo de repetir las elecciones dando por hecho que es más guapo que nadie. Lo ha hecho sin sudar una sola gota, como cuando aireó intimidades de Prisa y Telefónica en una cadena de Planeta. Igual que cuando presentó la moción de censura y dejó a Rajoy achispado y patidifuso en una imagen que ya ha pasado a la historia de la hostelería. Sánchez, no cabe duda, es un jugador profesional con nervios de acero.

El problema es que su ludopatía electoral se paga con la paciencia de los progresistas, que históricamente ha sido más bien escasa. Si le sale bien y la bola cae en la casilla roja, a nosotros nos habrá parecido una injustificable pérdida de tiempo. Si sale mal y cae en la negra, Sánchez quedará como el yonqui del riesgo que entregó el país a la derecha (con trazas de extrema derecha) por no querer jugar en equipo.

Mientras tanto, la izquierda española sigue avanzando en su camino hacia un partido por votante. Si Sánchez no pudo ponerse de acuerdo con uno, ahora quizá tenga que hacerlo con dos que, además, se odian desde el cariño. A no ser que planee repetir elecciones hasta que España claudique por fin ante su hermosura y dé al PSOE mayoría absoluta.

La izquierda, ya lo sabemos, solo necesita una pequeña decepción para caer en la melancolía y quedarse en casa. Esa desafección empieza a reflejarse ya en las curvas de colorines: bajan la roja y la morada, suben la azul y la pistacho. Lo peor del asunto es que, si acabamos con Casado de presidente, Sánchez se encogerá de hombros con esa dignidad que tienen los guapos cuando alguien no es capaz de admirar la auténtica belleza. Y, oye, a otra cosa.