Pocas veces una película me ha proporcionado tantas horas de diversión como «8 apellidos vascos». Y eso que no la he visto todavía, pero muy bueno tiene que ser ese guión para superar el talento cómico de algunos de sus detractores.
No me refiero a las críticas cinematográficas, muy previsibles siempre, sino a las otras. Las que cargan contra la película de Emilio Martínez-Lázaro desde un punto de vista político y ético. No es nada fácil que a uno le suelten sopapos de mano abierta desde las dos cavernas, la rojigualda y la abertzale. Y menos por una comedia romántica. Para que luego digan que el cine español es previsible y aburrido.
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