Confesiones del Papa Francisco

A continuación presentamos unos fragmentos de la entrevista realizada por el L’Osservatore Romano al Papa Francisco, traducidos en exclusiva para Mi Mesa Cojea:

Trabajé un tiempo como portero de discoteca. Fueron unos años un tanto brumosos, ya sabes lo que quiero decir. Por entonces había mucha confusión en mi vida. Mucho alcohol y mucha, muchísima droga.

Si quieres que sea sincero, no me arrepiento de nada. Aprendí mucho en aquellos clubs nocturnos. A veces, para encontrar a Dios hay que patearse el infierno. Por entonces yo lo conocía como la palma de mi mano. En las calles aprendí que a veces tus puños son el único Dios verdadero.

No es que careciese de fe por entonces, es solo que tenía otras cosas en la cabeza. Chicas, sobre todo. Yo era muy bravo y también bastante lindo, así que tenía chicas a montones. A veces, de dos en dos. Poco les faltó para apartarme del recto camino. Afortunadamente, Dios me mandó una señal justo a tiempo.

Fue una noche de julio. Yo estaba en la puerta del Tribal, el club donde trabaja por entonces. Llevaba una campera de cuero y tenía una pequeña barra de acero escondida en los pantalones por si la cosa se complicaba. Estaba muerto de frío, pero no podía moverme de allí hasta las nueve de la mañana. Sobre las tres y media oí que se montaba quilombo dentro del club. Abrí la puerta para ver qué pasaba cuando una botella me golpeó en la cabeza. Ni la vi llegar. Todo se volvió rosa primero y luego negro. Se me pasó el frío de golpe y pensé: “pucha, me morí”. La vida entera me pasó como una moviola. Cada mujer, cada farra, cada compadre. Todo. Y después de todo, apareció la luz.

Tal como dicen. Una luz allá al fondo, a lo lejos. Caminé hacia ella y entonces una voz de hombre, con acento como de Corrientes, me dijo: “Pará”. Y yo paré. Me dijo: “Jorgito», que es como me decían todos entonces, «Jorgito», me dijo, «tu hora no llegó todavía. Pegá la vuelta y andá a salvar a los hombres”. Yo no entendí nada, claro, pero uno no le lleva la contraria a Dios, así que pegué la vuelta. Lo siguiente que recuerdo es la sala de espera del hospital.

A la mañana siguiente, un neurólogo me dijo que la voz había sido una alucinación por un coágulo de sangre. Que me lo había imaginado, vaya, pero, ¿qué saben los neurólogos de fe? ¿Acaso la neurología no es también creación de Dios?

6 comentarios

Deja un comentario

Tu e-mail nunca será mostrado o compartido. No olvides rellenar los campos obligatorios (marcados con *) o conectarte.