Veinte minutos con Luis Bárcenas

Unos días antes de entrar en la cárcel, Luis Bárcenas concedió una entrevista Pedro J. Ramírez. Y otra a mí. Me citó en un Stradivarius, para asegurarse de que no teníamos a nadie con estudios a nuestro alrededor. Él llegó cinco minutos tarde, con gafas de sol y gabardina. Mientras fingía buscar unos leggins piratas que le hicieran juego con la corbata, Bárcenas me confesó que disponía de información que podría poner en jaque todo el sistema político occidental desde la Revolución Francesa. Le pregunté si eso también incluía al PP.

«Por supuesto», me dijo. «Lo tengo todo escrito a mano. Empecé a apuntar la contabilidad B en el PC, pero nunca he dominado las herramientas ofimáticas. Los primeros maletines que entraron en Génova fueron registrados en un Power Point, pero Aznar me dijo que no le gustaba que hubiese transiciones de estrella entre un soborno y otro». Le pregunté entonces si Aznar estaba informado de aquellas actividades ilegales.

«Aznar tiene una cuenta Premium en el PRISM de la CIA, así que lo sabe todo. Y quiero decir todo». Le pregunto cómo está tan seguro de ello. «Una vez me miró fijamente a los ojos y me dijo mi contraseña del Yahoo. Luego se tiró al suelo e hizo mil flexiones. Ese día supe que Jose Mari es uno de los hombres más poderosos de la Tierra.»

Bárcenas exterioriza su nerviosismo agitando un leggin que toma de una percha. Para disimular ante las adolescentes que nos rodean, le comento que es bonito, aunque hay que tener caderas para que te quede bien. Bárcenas me mira con la intensidad de quien ha contemplado el abismo y me replica: «Sí, de lo contrario te hará bolsas en el culo».

La voz de Luis Bárcenas denota un cierto pánico. Sabe que es el hombre más vigilado por el Gobierno. Le pregunto si tiene miedo. «¿Miedo? Yo no diría tanto. Pero hay gente en el partido dispuesta a cualquier cosa con tal de que la verdad no salga a flote. Cualquier cosa. Mira lo que le hicieron a Jose Luis Moreno». Le pregunto qué tiene que ver Moreno en esto. Él sonríe enigmáticamente y me dice que pronto se sabrá.

Una dependienta escuálida, con aspecto de derrumbarse ante un soduku, pregunta a Bárcenas si le puede ayudar en algo. El extesorero ríe. Yo, con el fin de mantener nuestro disfraz, finjo ser el hijo de Bárcenas y le digo a la dependienta que quiero probarme el top rosa del maniquí. Ella me lo entrega y entro con el extesorero en el probador. Una vez a solas, le pregunto por qué no se decide a contar todo lo que sabe. «Si lo hiciera caería el Gobierno español, el francés, el alemán, el de Perú y el Real Madrid bajaría a Segunda. Y ya sabes que lo último que necesita España ahora mismo es un Real Madrid en Segunda.»

¿Qué clase de terribles secretos esconde Bárcenas? ¿Por qué no se decide a contarlos y poner fin a esta sombra de duda que está poniendo en jaque el prestigio internacional de nuestro país? Sólo el futuro tiene esas respuestas, así que le pregunto cómo me queda el top.

«Pareces una fulana», me dice el extesorero, «pero sólo cuesta tres euros. Yo me lo llevaría».

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