Los frikis y la gracia de Dios

España: un ministro y una monja.

Una de las consecuencias inesperadas de la crisis fue la progresiva pérdida de interés de la gente por las aventuras seminales de toreros y cocainómanas. A medida que aumentaba el paro y descendían los derechos, oficinistas y camareros comentaban con pasión menguante los puteríos de los novilleros a la sazón que nuevos campos temáticos se colaban en las tertulias. La prima de riesgo. La EPA. La Merkel.

Los programadores de televisión supieron ver la tendencia y, en cuestión de semanas, trastocaron la parrilla entera. Donde antes había un manager de la noche pusieron a un profesor de economía. Al relaciones públicas lo sustituyeron por un sociólogo, y a la actriz, modelo y bailarina por Paco Marhuenda.

El público respondió como se esperaba: soltando espumarajos por la boca y por las teclas. Que ya era hora de que la política copara el prime time, decían unos. Que para esto, mejor las putas y los toreros, clamaron otros. El show estaba servido.

El problema del circo, los que han pisado pista lo saben bien, es lo terriblemente exigente que resulta. Requiere mucho payaso y mucha fiera y mucho contorsionista pegando brincos sin red. Mucho de eso que antes, de forma genérica, se denominaba friki.

Hoy, a diferencia de lo que ocurría cuando éramos ricos, la valía profesional en televisión ya no se mide solo por el contorno de pecho. Hoy el estrellato no depende solo de un buen cirujano; ahora se exige también gracejo en el discurso y, conocimiento básico de las reformas legislativas.

De todas las tipologías de frikis televisivos, la única que ha sobrevivido a este imprevisto cambio de tendencia ha sido la del tarado religioso. En la papelera de reciclaje neuronal de muchos españoles seguirá todavía el padre Apeles, con aquella mirada suya que tanto impelía a esconder a los niños.

Años después, en los albores de la crisis, el haz de los focos se posó en la hermana Forcades, monja, feminista, teóloga, médica y azote de la Organización Mundial de la Salud. Su momento de gloria fue breve incluso para los actuales y raquíticos baremos. Quizá su piel no absorbía bien el maquillaje o quizá es que dejó de hacerse simpática cuando empezó a coquetear con el independentismo.

Desde su evaporación mediática, la farándula española ha estado huérfana de religioso chispeante y descarriado. Hasta ahora. Porque Mediaset y Atresmedia han encontrado a una mujer de mirada limpia y hábito bien planchado.

Sor Lucía, que así se llama la monja, ya se ha paseado por varios programas de Cuatro y La Sexta. Con su discurso a mayor gloria de lo obvio, ya ha conseguido hacerse un huequito en los corazones de los españoles menos preocupados por las complejidades.

Son Lucía, eso está fuera de toda duda, se hace más simpática que Forcades. Al menos no va por ahí recomendando a los padres que no vacunen a sus criaturas ni diciendo que visca Catalunya lliure. Si no acaba con su propio show será porque Dios o Vasile no quieren. A estos efectos, ya se sabe, ambas entidades pesan lo mismo.

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