Entrevista exclusiva a Jose María Aznar

JOSE: Señor Aznar, antes de nada quiero darle las gracias por recibirme.

AZNAR: Siempre es un placer salir en los medios y que me hagan fotos y que, cuando voy la calle, la gente me señale y cuchichee y digan «ahí está» y «es Él» y «qué caja torácica». Tú lógicamente no sabes lo que es eso porque tienes tipo de marsupial y nadie sabe quién eres. Eres uno más de los miles de millones de personas que pasan por la vida sin dejar ni la más mínima marca en el mundo, un triste, un miserable, en definitiva: un mierdas. Por supuesto, te digo esto desde el máximo respeto que siento y siempre he sentido por las clases medias.

J: Eh…

A: Santo Dios, qué calor hace aquí. ¿Te importa que me pida un refrigerio? ¡Niña! ¡Tráeme dos gintonics y lo que quiera el chico!

J: No, estoy bien, gracias.

A: ¿Te has fijado en la camarera? ¡Es española! En mis tiempos aquí solo trabajarían guatemaltecas y peruanas, mundo papito en general, ¡y mira cómo estamos ahora! En cuanto dejé de madrugar se fue todo al carajo.

J: Ya.

A: Bueno, ¿vas a preguntarme algo o qué?

J: Sí, eh… En primer lugar me gustaría…

A: ¡Aquí están mis gin tonics! (Bebe). Santo Dios, ¡adoro mi trabajo! Va, dispara.

J: Me gustaría que hiciese una valoración sobre la actual situación de España.

A: Ajá. Bueno, verás, antes de nada es fundamental que entiendas que, para mí, España es una gran vagina.

J: ¿Cómo dice?

A: Una vagina. Una muy grande a la que todos los españoles debemos la vida, la gran vulva primordial de la que emana nuestra constitución y que nos hace diferentes de cualquier otra cultura de la Tierra.

J: Señor Aznar, no sé si… Quizá no sea buena idea que siga bebiendo.

A: ¿A qué viene eso? Apenas he bebido hoy. Sólo han sido dos whiskys y, con mi masa muscular, eso apenas tiene efecto en mí. ¿No estarás sugiriendo que tengo problemas con el alcohol?

J: No, para nada.

A: ¡Mejor! Una vez un periodista gallego sugirió que era un borracho, y ordené que hundieran un petrolero frente a su casa.

J: ¿Me está diciendo que la tragedia del Prestige fue por una rencilla personal?

A: Para los grandes hombres todas las rencillas son grandes. Patton.

J: ¿Eso lo dijo Patton?

A: Sí.

J: ¿Cuándo?

A: Un martes. Venga, siguiente pregunta (Bebe).

J: Dígame, ¿se arrepiente de haber designado a Rajoy como sucesor?

A: Arrepentirse es de comunistas. Los grandes hombres no nos arrepentimos de nada. Hace dos meses, por ejemplo, salí a celebrar el Bar Mitzvah del hijo de un amigo. Volví a casa sobre las cinco de la madrugada, un poco tocadito por el orujo y, decidí cortarme un poquito de fuet, porque yo como fuet en la intimidad, ¿sabe usted?

J: Pues no.

A: Pues sí. El caso es que fui ahí, a cortar el fuet, y la cocina se me movió un poco, ya sabe lo que tiene el orujo, y me hice un corte en el prepucio del dedo índice.

J: Lo del dedo se llama yema.

A: ¿Cómo?

J: Nada.

A: Bien. Me lo corté, así, un poquito nada más, pero no veas cómo sangraba el cabrón. Fui al baño, me bajó la tensión y veinte minutos que me tiré en el suelo. Hasta que me encontró Ana que, afortunadamente, tiene incontinencia urinaria desde que rige el destino de los madrileños. El caso es que me había meado en la alfombra, porque los españoles de bien todavía tenemos alfombras en el baño, no como esos modernos que parece que viven en un NH. Ahora bien: a pesar de brindar aquella lamentable imagen a la mujer a la que estoy unido ante los ojos de Dios, a pesar de arruinar la alfombra y el fuet, no me arrepiento de aquellas copitas de orujo. ¿Sabes por qué? Porque solo los hombres ridículamente pequeños se arrepienten de sus decisiones. (Bebe).

J: Hablando de decisiones, ¿cuáles cree que debería tomar este Gobierno?

A: La primera, ponerme una estatua. Nada demasiado presuntuoso, quizá algo en la Plaza de Colón, junto a la bandera.

J: ¿Y qué mas?

A: Bueno, podrían ponerle mi nombre a una galaxia. Una remota. No me importaría albergar una nueva civilización en el futuro.

J: Me refería a cosas más… en fin, medidas políticas, no sé.

A: Oh, ya, entiendo, entiendo. Es que a veces me cuesta sintonizar con la gente pequeña, ¿sabes? Bien, en primer lugar creo que el presidente Rajoy debería prohibir ciertas cosas antes de que se le vayan de las manos.

J: ¿Qué cosas?

A: Los ateos, los maricas, los perroflautas, los actores y los catalanes.

J: Pero usted no los prohibió.

A: Porque yo sabía manejarlos. Sepa usted, a modo de ejemplificador dato se lo digo, que bajo mis mandatos se consumió el menor número de botellas de cava de toda la democracia.

J: ¿Y?

A: ¿Cómo que y? ¿Eres idiota? ¡Pues que yo sabía gestionar este país! ¡Yo cabalgué la gran vagina! ¡Y la domé! ¡¡La domé!! ¡Niña, pon dos gin tonics más!

J: Bien, señor Aznar, creo que eso es todo.

A: ¿Ya? Se me ha hecho cortísimo. ¿No quieres que te cuente cuando me pillé un huevo con la bragueta y se me apareció Jesucristo?

J: No.

A: Pues se lo venderé a Planeta. (Bebe).

18 comentarios

  • Patton dijo;

    «Quiero que recordéis que ningún bastardo ganó jamás una guerra muriendo por su patria. La ganó haciendo que otros pobres estúpidos bastardos murieran por ella.

    Muchachos, todas esas historias de que América no quiere luchar, que prefiera estar al margen de la guerra son un montón de estiércol. A los americanos, por tradición, les entusiasma luchar.

    Todo verdadero americano ama el acicate de la pelea. Cuando erais pequeños todos admirabais a los campeones, al corredor más veloz, a los ases del fútbol, a los boxeadores más duros. Los americanos aman al ganador y no pueden soportar al que pierde. Todo americano siempre juega para ganar.

    Yo no apostaría el pellejo por un hombre que estando perdiendo, se riera. Por eso los americanos nunca hemos perdido ni perderemos una guerra, porque la sola idea de perder nos resulta odiosa. Ahora, nuestro ejercito es un equipo. Vive, duerme y lucha como un equipo. Todo eso de la individualidad es una basura.

    Los que escribieron toda esa majadería sobre el individualismo para el «Saturday Evening Post» (periódico) no conocen de una verdadera batalla más de lo que saben de fornicación. Ahora tenemos la mejor comida y equipo, el mejor espíritu y los mejores hombres del mundo. Todos sabéis, y es la verdad, que compadezco a esos pobres contra los que vamos a luchar, por Dios que así es, ya que no solo vamos a disparar contra ellos, nuestra intención es arrancarles las entrañas y usarlas después para engrasar las ruedas de nuestros tanques. Vamos a matar a esos miserables teutones por millares.

    Bien. Algunos de vosotros estáis dudando de si tendréis miedo bajo el fuego. Eso no debe preocuparos. Estoy convencido de que todos cumpliréis con vuestro deber. Los nazis son el enemigo. ¡ Cargad contra ellos ! ¡ Derramad su sangre ! ¡ disparádles en el vientre ! . Cuando pongáis vuestra mano sobre una masa informe que momentos antes era el rostro de vuestro amigo, ya no dudareis.

    Deseo recordaros otra cosa. No quiero recibir ningún mensaje que diga: «estamos aguantando nuestra posición». No aguantamos nada. Que aguante el enemigo. Nosotros avanzamos constantemente y no tenemos ganas de aguantar a nada excepto al enemigo. Vamos a agarrarle por la nariz y a darle un puntapié en el trasero. A patadas vamos a enviar esos teutones al infierno acabando así con ellos en un santiamén.

    Ahora, sin duda, habrá algo que podréis contar cuando volváis a vuestras casas. Y dar gracias a Dios también. Si dentro de 30 años, sentados en vuestro hogar y con vuestro nieto sentados en las rodillas y él os pregunta que hicisteis en la segunda guerra mundial, no tendréis que contestarle : Pues acarreé estiércol en Luisiana.

    Bien. Ahora, hijos de perra, ya sabéis como pienso. Estaré muy orgulloso de dirigíos en esta lucha, muchachos, siempre y en todo lugar. Eso es todo»

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